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Hoy no tenía claro que escribirte, pero como cada año quería hacerlo. No sabía si llorarte, reírte o cagarme en la virgen y en su puta madre. Mi bloc de notas revienta, pero tanto, que hasta se me ha borrado por falta de espacio mi historial de reglas de los últimos 3 años. Este es mi nivel de drama, mira qué mierda de pérdida, y que poco me importa en realidad, que al final sólo se trata de volver a empezar, y de seguir riendo de lo absurdo. Si miro bien todo lo escrito estos últimos días, puedo elegir llorarte a mares, acordarme de nuestras mierdas, o cagarme en unos puñeteros últimos segundos de mala suerte, llena de rabia, de ira, y enfadándome con el mundo entero. Pero nada, no me decido, y al final está saliendo esta mierda, y da igual la verdad, porque hay días para todo, y yo lo único que quiero decir es que escribo para no olvidarme, porque ahora, muchas veces, me olvido de acordarme que no estás. No sé, supongo que al final se trata de hacerlo fácil, sin embargo, otras tant

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En mi balcón tengo un jarrón que no tiene flores. Un día lo dejé en un rincón porque me parecía que quedaba bonito y me gustaba. Justo a su lado hay un árbol de navidad de hojalata al que nunca encontré sitio en el que guardar después de una navidad, ahora está ahí cada día del año. Me doy cuenta que ninguno de los dos está siendo utilizado para lo que se suponía tenían que ser, porque incluso ahora, para poner una flor en agua utilizo una vieja botella de vino que también un día debí tirar, pero guardé porque me gustaba. Hoy los he redescubierto completamente desubicados y fuera del lugar y utilidad para el que estaban pensados, y estaba tan acostumbrada a que estuvieran ahí, que incluso yo había dejado de verlos. No he podido evitar pensar que esto también pasa con nosotros, quizá estamos tan desubicados pero tan acostumbrados a estarlo, que ya no nos acordamos de los planes que teníamos para nosotros. Tal vez   también estábamos pensados para otras cosas y hemos dejado de mira

40 El de Laura

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Un día hace muchos años, dejé colgados en las paredes mis dibujos, la cama a medio hacer, un escritorio lleno de papeles, y cogí la mochila del colegio y con una coleta, una sonrisa y mis libretas, salí de mí de casa. Todo eso que dejé atrás para un después, ese mismo día dejó de existir, y ya no había cosas ni lugar al que volver. Me quedé con una mochila, una coleta y unas libretas. Desde entonces sólo volví a llevar conmigo una cosa, la única que aún sin saberlo, no podía perder, y era aquella que descubrí con el paso de los años que la vida nunca podría quitarme. La sonrisa. El tiempo me volvió a dar lugares, hogares y cosas, pero me doy cuenta ahora, que siempre que marché de todos ellos lo hice igual que aquel día, con una mochila, unas libretas, sin coleta, pero siempre una sonrisa conmigo. Si me preguntan qué quiero tener el resto de mi vida, quiero eso, risas y momentos y personas, porque sin saberlo, el día que perdí todo mi mundo, estaba aprendiendo también que nada

45 El de Rosa

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Un día me cargué la mochila de bonitos motivos y de las más variopintas excusas, y me planté delante de una puerta que era más que un lugar. Y la abrí, y entré. Todo el mundo nos dice que siempre hay una puerta que se abre, lo que nadie nos cuenta después, es que éstas, también se cierran, incluso cuándo ya hemos entrado. Tampoco nos dicen que los lugares cambian, que las personas cambian. Nadie nos explica que a veces, es más fácil quitarse la ropa que desnudar el alma, y no se cansan de repetirnos, que es en nuestras casas donde debiéramos lavar los trapos sucios que se manchan. No nos dicen nunca que a las mochilas a veces les sobran motivos y excusas, y que si no somos capaces de vaciarlas nosotros, es mucho mejor llevar el peso entre varios que cargarlo solos. Si es cierto que cuándo las puertas se cierran, nos toca abrir ventanas, y deberían explicarnos también, que después de lavar esos trapos a solas, tendríamos que colgarlos de esas ventanas, para que puedan verlos, para que

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Es muy difícil olvidar cuándo lo pretendes, y sin embargo no hay miedo más irracional para mí que hacerlo. Estar sin ser. Olvidar quién eres o quién fuiste. No borraría nada de lo que me ha pasado en la vida, incluso a pesar de todas las veces que maldije tantos momentos, pero también los hubo buenos, muchos, y todos cuentan. Dicen que somos lo que hemos vivido, y si es así, yo no quiero dejar de ser lo que soy, me ha costado toda una vida serlo. Quizás no podamos escoger lo que queremos olvidar, cuándo o a quiénes, puede ser que por eso escribo, por miedo a olvidarme, y porque me gusta pensar que las historias deben ser contadas, y no sé si es porque así me resulta más fácil desprenderme, o recordar, imaginar, soñar.  Escribiendo puedo elegir finales y caminos, también personas, y tengo ante mí un lienzo totalmente en blanco preparado para volverse realidad, para convertirse en cuadro y que quede siempre. Las historias que no se explican corren el riesgo de olvidarse, y pienso que

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La vergüenza es aquello que sentimos cuándo nos exponemos, pero también es lo que perdemos cuándo nos deja de importar ser juzgados. Somos lo que vemos cuándo nadie nos mira, y no todo es bello, ni perfecto. Existe lo mundano, y el error, y quizás sea esa la realidad que nos vuelve humanos y a la vez pequeños en un completo sin sentido. Podría ser que debiéramos mirarnos más en nuestros espejos, y empezar a ver nuestros reflejos sin ropa que nos tape, y cuándo no estemos perfectamente vestidos para salir al mundo. Mirarnos cuándo nos equivoquemos, señalar nosotros antes nuestros errores, adelantarnos, delatarnos, equivocarnos y perdonarnos. Tirar la piedra pero no esconder la mano.  Porque la vergüenza es aquello que perdemos cuándo nos deja de importar ser juzgados, y eso sólo puede ocurrir, cuándo hemos sido nosotros primero los que nos hemos desnudado.

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Un día se vuelven visibles a nuestros ojos los hilos que nos manejan. De repente los descubrimos, y descubrimos también, que aquello a lo que llamábamos inercia, y a lo que continuamente culpábamos de nuestra suerte o nuestra desdicha, no son más que aquellas cuerdas que no fuimos capaces de cortar. Nos creemos libres, pero no somos más que marionetas. Nos atamos a cosas, a personas, a imposibles, no aceptamos derrotas, ansiamos victorias y deseamos formar parte de ese gran circo de poetas, que con verso reverente y palabrería fina o a veces desbocada, nos jalean y alientan a querer subir a ese escenario de mentiras llamado libertad. ¿Pero qué significa realmente? En todas partes gritan sus proclamas, nos venden necesidades, nos retan, nos aclaman, nos persiguen y así nos atan, nos manejan, nos arrastran. Y la realidad es que no hay atadura más fuerte que querer ser libre, aún sin saber exactamente lo que es, y aun sabiendo que la libertad  no existe, porque si existiera, seguramen